“Deberías ir a Terapia”

Cuantas veces no hemos escuchado esto, que si se lo han dicho a una amigo, a un amigo, a algún hermano, o tal vez nos lo han dicho a nosotros. Poder ir a terapia es un privilegio; siempre y cuando se tenga claridad y objetividad respecto al propósito de la terapia y respecto a lo que se puede esperar de ella, la experiencia realmente vale la pena.

Ir a terapia no es como ir con el brujo o el adivino en los que podemos esperar que “por arte de magia” se vayan los problemas o se resuelvan tal o cual situación. El ir a terapia es un proceso en el que aprendemos cómo vivir con lo que tenemos.

Ciertamente hay muchísimas formas de hacer psicoterapia, y varían en técnicas, objetivos, filosofías y modos de entender al ser humano. Y cuánto más formas diferentes de hacer psicoterapia cuando entendemos que cada psicoterapeuta es único en su estilo, en su forma de entender y vivir al ser humano y en poner en práctica estas técnicas y metas.

Decidir comenzar un proceso psicoterapéutico no debiera tomarse a la ligera, eventualmente estamos hablando de la propia vida, de nuestra percepción que de ella tenemos y de la que esperamos crezca y se complemente al concluir nuestro proceso terapéutico. Es por eso importante hacer como cuando decidimos la escuela en la que irán nuestros hijos, o cuando decidimos el pediatra de ellos o nuestro propio ginecólogo: es importante tener referencias, conocer un poco su método, su estilo, y, finalmente conocerlo personalmente antes de decidir iniciar este proceso con él o con ella. De esta “primera impresión” podremos sacar ciertas conclusiones que pueden motivarnos a comenzar, o dado lo contrario, confirmar que no es con él o ella con quien queremos comenzar un proceso terapéutico.

También es importante considerar que el terapeuta no es del todo responsable del proceso. Uno como paciente también es parte activa, incluso yo diría el personaje principal y el principal escritor del proceso terapéutico. Cuantas veces no escuchamos: “mi terapeuta me dijo que debía de pensar tal o cual cosa”, “mi terapeuta me dijo que me fuera de mi casa”, “el terapeuta me dijo que estaba bien que me divorciara”… aunque no niego que existan personas que se digan terapeutas que si caigan en estas situaciones, es importante tener claro que al final de cuentas es la persona quien decide sus propias elecciones; como diría la abuela: “no porque Juan te diga que te avientes del puente, te vas a aventar del puente”.

El paciente es y sigue siendo persona; no por el hecho de ser paciente debieran quedar anuladas su inteligencia, o su capacidad de juicio, o su voluntad… Incluso se podría invitar a los pacientes a juzgar, analizar, valorar las opiniones y las intervenciones del terapeuta. Me parece que de eso se trata un tratamiento psicoterapéutico, de poder rehabilitar en el paciente su capacidad de juzgar y contrastar con la realidad los comentarios, juicios, mensajes, discursos que escuchamos a nuestro alrededor. Es decir, me parece que es parte de un proceso terapéutico que el paciente contraste la veracidad o falsedad de lo escuchado a lo largo de su infancia respecto a sus propias habilidades, que contraste la veracidad o falsedad de lo estipulado por sus amigos y su banda a lo largo de su adolescencia respecto a lo que es la vida, el trabajo, el amor, el sexo, el dinero, y los propios amigos, que contraste la veracidad o falsedad de lo esquematizado como verdadero y valioso en su juventud respecto a la familia, a la identidad, a la propia persona, al éxito; y eventualmente, también en el tratamiento psicoterapéutico, la persona debiera de contrastar la veracidad o falsedad de lo puntualizado por el terapeuta, por muy doloroso o lejano que parezca a la propia realidad.

Concluyo afirmando que no es el terapeuta quien nos hace tomar las decisiones; yo no he conocido a ningún colega que le haya puesto alguna pistola a un paciente para que tome tal o cual decisión. Me parece que lo que sucede es que muchas veces nosotros como pacientes usamos estos argumentos para evadir nuestra propia responsabilidad. ¡Qué absurdo creer que alguien dirige y determina su vida a partir de los consejos de otro! ¡Incluso si es un terapeuta!