¿Por qué el Psicoanálisis

¿Por qué el psicoanálisis?

Ciertamente es una pregunta complicada para hacer a una psicoanalista. A veces pienso que el psicoanálisis ha dejado de estar de moda. Es poco práctico, no es inmediato y no es fácil.

Para nuestras generaciones que están cada vez más acostumbradas a tener todo a la mano, toda la información del internet en el instante en el que uno aprieta la tecla enter, y para quienes los medios audiovisuales cada vez son más imprescindibles, ciertamente el psicoanálisis representa un método obsoleto, lento, complejo, profundo y, a veces, con tan poca estimulación visual…

Entonces, ¿por qué el psicoanálisis?

Una vez, un participante a uno de mis talleres de “Sanación del Niño Herido” me hizo esta pregunta, y es por esto que decido escribir estas notas, a modo de poder hacerle llegar mi respuesta.

Entiendo y, siempre así lo pensó Freud, el psicoanálisis no es para todos. Hay que estar preparados; hay que estar preparados para poder hacer esta experiencia de introspección personal, y, sobre todo, estar preparados para darnos la oportunidad de reprogramar nuestros más primarios sistemas operativos.

Es curioso, cómo ahora, el psicoanálisis es una de las corrientes de la salud mental y emocional más conservadora, siendo que hace más de un siglo representó un movimiento intelectual y científico revolucionario y muy criticado por “atentar” contra las concepciones antropológicas más arraigadas de la época.

Así lo pensó Freud, no todas las personas están preparadas para encontrarse con su propia verdad, aunque idealmente así fuera. No todas las personas queremos enterarnos del sentido de nuestra existencia, ni mucho menos estamos preparadas para asumirlo en toda su plenitud.

Esto es lo que, dentro de muchas otras herramientas, nos ofrece el trabajo analítico: conocer y descubrir nuestros modos de identificación inconscientes, sus motivaciones, sus relaciones con nuestras heridas en la infancia, nuestras más profundas inclinaciones, y, sobre todo, al menos así prefiero enfocarlo yo, asumir todo este pequeño gran paquete como parte de nuestra vida. Esta es la nada sencilla combinación: descubrir quién genuinamente soy para después asumir con responsabilidad mi tarea de convertirme en el mejor YO que pueda. Ningún eslabón solo, ni solo inconsciente, ni sólo responsabilidad.

¿Por qué para qué me serviría descubrir mis motivaciones más profundas, comprender las dinámicas más complejas de mi historia infantil, o revivir mis dolores más íntimos si no me lleva este descubrimiento a tomar responsabilidad de ello en mi presente? O por el otro lado, ¿de que me serviría ser “totalmente” responsable de mi vida, si no puedo tomar consciencia de aquellos patrones complejos que han marcado mi vida y que me llevan a actuar y tomar decisiones sin tener noticia de ellos?

Y es que este no es un proceso sencillo, de ahí que a veces, hoy en día nuestra popularidad se ve disminuida en comparación con el resto de los practicantes de los otros modos de crecimiento personal, por llamarlo de algún modo -piénsese por ejemplo en el coaching, en la aromaterapia, en el yoga, las constelaciones familiares, y ni qué decir con las otras formas de psicoterapia-.

Para lograr esta combinación antes mencionada: descubrir mi inconsciente y asumir la responsabilidad sobre la propia existencia se requiere del acompañamiento de otro. Otro que esté entrenado y que haya vivido este proceso; otro que haya hecho la experiencia de esta combinación. Otro que haya comprendido el misterio de las generaciones (Chasseguet-Smirguel, 2007) y que esta experiencia le lleve a querer donarse nuevamente en otro encuentro de ayuda, como lo es el proceso psicoanalítico.

El proceso psicoanalítico está diseñado para mostrar nuestras partes más profundas, más genuinas, para mostrarnos quién verdaderamente somos, a veces agradables, a veces desagradables, pero siempre personas. El proceso psicoanalítico está diseñado para contenernos, para cuidarnos, para que, en la consistencia y en la constancia, en el encuadre de las sesiones, podamos encontrar la seguridad de ser aceptados y recibidos nuevamente a pesar de la manifestación de nuestras partes más oscuras y sombrías… Así como lo hace una madre, así como lo hace el amigo verdadero, así, el psicoanalista nos ofrece un espacio en donde podemos ser nosotros mismos, escucharnos a nosotros mismos, y manifestar nuestras partes más profundas, con la oportunidad de tomar consciencia de ellas y poder actualizarlas, es decir, poder comprenderlas en el contexto de nuestro momento actual.

Esto requiere tiempo, paciencia y mucho compromiso por el bienestar del otro.

A veces el proceso psicoanalítico no funciona, a veces por falta de pericia y experiencia del profesional, a veces por miedo del analizado. Miedo a descubrir su propia verdad, miedo a experimentar un interés más genuino y auténtico que aquel que las apariencias sociales nos ofrecen, miedo a experimentar un llamado más unívoco y claro hacia el crecimiento real y hacia la expansión de la consciencia, miedo a no encontrar ningún otro pretexto o justificación que limite nuestra evolución.

Ahora que estoy criando a mi tercer hijo lo comprendo mejor… para ir construyendo a una persona, justo se necesita eso: tiempo, paciencia, estar en la intimidad, y mucho amor. Mucho amor verdadero, lo cual, nunca será simple, ni sencillo, ni práctico.

Y esto es, en cierto sentido, lo que hace el psicoanalista; el analista espera, contiene, observa, acompaña, pasito a pasito, momento a momento a que el analizado esté listo para el siguiente paso, tratando de no perder pista, tratando de no perder tiempo. Este es su trabajo, acompañar pacientemente, comprometidamente, íntimamente y generosamente a que el analizado esté listo.

El psicoanálisis de hoy en día lo hacemos diferente al de hace 100 años, llevamos más de un siglo de continuo avance y evolución, de teorías y prácticas que lo han enriquecido y corregido. Hoy practicamos, también, muchas formas aplicadas del psicoanálisis clásico. Lo que nos interesa es ayudar mejor.

A veces lo logramos, otras el miedo nos derrota, pero, sin embargo, seguimos intentándolo una y otra vez, las veces que sean necesarias porque creemos que en algún otro momento, que en algún otro lugar, alguien más si querrá aceptar el reto.