Por Psic. Ma. Fernanda Chávez O.
“Cada niño necesita al menos una persona en su vida que piense que el sol sale y se oculta por él o ella, que se deleite en su existencia y lo ame incondicionalmente” (Pamela Leo).
Me encontré esta imagen en el Facebook. No pude resistir la tentación de desmenuzar esta frase y tratar de comunicarla lo mejor posible… especialmente para todas aquellas madres recién ingresadas a este misterioso trabajo de criar hijos. Especialmente a todas aquellas que están, como yo, estrenando crías.
Y es que durante los primeros años de vida, es cuando se fragua el narcisismo. Un narcisismo que, si pudiera explicarlo de una forma muy didáctica es como un costal de justo esto: la mirada plena de aquella persona con la que, generalmente, establecemos nuestra figura de apego. Es un costal que se va llenando cada vez que mamá nos mira absorta, embobada, maravillada de la belleza y del misterio que es tener a un recién nacidito en brazos; se llena cada vez que mamá es capaz de dejar todo, absolutamente todo lo que está haciendo para poder correr a nuestra cuna a tratar (repito, tratar) de satisfacer nuestras necesidades, de ver si es posible que ella resuelva nuestras inquietudes y nuestros malestares, cosa que la mayoría de las veces lo puede hacer.
El costal sigue llenándose cada vez que mamá decide y opta por estar conmigo y pasar minutos y a veces horas enteras tratando de acompañarnos en esas crisis del crecimiento; el costalito se va llenando cada vez que mamá nos mira deleitada y maravillada con cada uno de los logros y avances conseguidos en nuestros desarrollo, cada vez que hacemos la primera trompetilla, cada vez que decimos nuestras primeras palabras, cada vez que logramos sentarnos o cada vez que logramos dar nuestros primeros pasos…
En fin, ese costal se va llenando, y tal pareciera que, una vez lleno de esos momentos en los que el alma de mamá se conecta con la del bebé para decirle, de algún u otro modo, “vales la pena”, ya no se puede vaciar.
Pareciera que una vez que el costal se ha llenado, queda inscrito en el alma y en el mundo psíquico del pequeño la sentencia de que fue suficientemente BUENO para que otro alguien adulto pudiera deleitarse con su existencia.
Y entonces tenemos niños que después crecerán con una sana autoestima, y tenemos adultos que sabrán que ya alguien los ha amado primero, y pareciera que ese costal, una vez lleno, fuera suficiente para saberse merecedor de amor y de bienestar.
Sin embargo, otra posibilidad es que el costal no se alcance a llenar. Que las miradas y los momentos invertidos en estar con el bebé no sean suficientes y ese costal se quede no lleno. A veces por la falta de disponibilidad de la madre (o figura de apego) y otras veces por el temperamento propio del niño que quisiera o necesitara más (voracidad, según Klein). A veces falta poco por llenarse, otra veces queda casi medio vacío.
Y es aquí cuando encontramos a esos niños que incesantemente están tratando de lograr esa mirada plena y complacida de mamá; a veces cruelmente pensamos que lo hace para llamar la atención, sin alcanzar a comprender que sí, efectivamente está tratando de llamar la atención, pero no porque sea un capricho mal intencionado del pequeño, sino precisamente porque justo está tratando de lograr esa mirada amorosa, aceptante, disponible, entregada y complacida de la madre. Se convierten en niños que, cansados o condicionados a no encontrarla en la madre (o en esa figura de apego), lo buscan compulsivamente -porque no hay otro modo de hacerlo- en cualquier otro que pueda ofrecerles esa posibilidad (la maestra, la nana, el padre, la abuela, el abuelo o, en situaciones más dramáticas, en cualquier extraño que se deje).
También por esto que encontramos después adultos que siguen en busca de que otro llene ese costal de autoestima, de aceptación, de validación.
Igual que en el sentido más positivo que describíamos arriba, tal pareciera que este costal incompleto inscribiera sentencia en el mundo psíquico de la persona quien continuamente estará buscando aprobación y miradas de complacencia en los demás. Encontramos adultos, hombres y mujeres, que creen que su identidad o su autovalía la determina la opinión que los demás tengan de ellos, que creen que su valor como personas está determinado por el puesto o cargo que ocupan, por lo existoso de una carrera profesional, y ni qué decir, de aquellos adultos que creen que son mejores personas porque traen coche, ropa o casa más cara. Se hace sentencia si no se toma consciencia de ello.
Por supuesto que esta “sentencia” se puede reivindicar cuando, ya de adultos, lo único que nos queda es aceptar que ese amor y esa mirada de aceptación que pudiera hacer falta para llenar ese costal es una tarea y una responsabilidad propia.
Es aquí cuando podemos, entonces hacer los ajustes necesarios para re-mirarnos desde otra perspectiva y hacernos cargo de nuestro niño interior herido; reparentalizarnos, le llaman algunos (re-parentalizar: experimentar la auto-paternidad). Ya Kohut habla de la necesidad de unos padres que sepan reflejar y espejear esta necesidad narcisista de los hijos.
Esto en corto, es el narcisismo. Un período crucial desde los primeros meses de vida, en los que mamá va llenando ese costal del bebé para hacerle saber, para hacerle sentir, para incorporar en el mundo psíquico del pequeño la certeza de que es una criatura que bien vale la pena invertir el tiempo y las fuerzas para estar con él o con ella.
Para concluir incluyo otra frase que también me encontré en el feis “Los niños -hijos- no son una distracción del trabajo más importante. Ellos SON el trabajo más importante” (C. S. Lewis).